GRACIAS MAMÁ. OS AMO PAPÁS
Quizá hayamos olvidado a los que cuidan desde dentro. A los que no duermen y ,también, levantan muros para que no entre el virus. A los que aprietan los dientes por no poder abrazar a los suyos y no pueden ni acompañarse en plena calle de un carro de mercado. Nunca han visto, como yo, a la UME en las aceras. No saben lo que es pisar las calles vacías de humanos. No han visto solo a las tórtolas pasearse por una avenida repleta de ausencia y silencio. No han alucinado al ver a personas conscientes e inconscientes comprar con el cronómetro en marcha y hacer colas a dos metros de distancia antes de entrar y lanzarse al surrealismo.
 
No se imaginan la apariencia de la farmacia, que es como entrar a una nave espacial de distancia y miedo, de querer abrazo y solo hablar con la mirada.

No saben los que es sentir huerta, mar o montaña tras una permisión de libertad ... Porque no pueden jugarse la inmensa vulnerabilidad de la persona que aman/cuidan. Pese a que la libertad ya se vió distorsionada, en significado, mucho antes de este loco encierro.

Nadie aplaude a las personas que llevan más de 60 días mirando el peligro desde un cristal. Nadie sabe lo que es pasar noches en vela sintiendo la infancia en la enfermedad.

Nadie imagina lo que es ahora no poder ni desfogar la realidad con una exposición de arte, como antaño. Con unas fotografías sobre el medievo de la propia ciudad. Con un estudio de una iglesia que esconde miles de recónditos e históricos secretos que abrazar con la mirada o el compartimento de quien la custodia. Nadie sabe lo que llenaba pintura, arquitectura histórica o el estudio de cultura valenciana yendo a su clase cuando podía, que era poco y decidido según el estado de ánimo y diario del ser que se cuida cual tesoro.

Nadie recuerda a los mayores que no salen, porque cuidan de otro mayores que muy malitos están y que no pueden permitirse arriesgar todo este tiempo por tanta irresponsabilidad externa, por tanta incertidumbre y peligro de este maldito virus.

Nadie imagina qué es ver a tres hijos sufriendo por perder vida y día de su padre. Por vivir el marchar de un amigo, también el de un primo hermano y no parar de pensar (60 días) en sus hijos si su padre tuviera que partir y no pudieran decirle adiós.

Nadie sabe lo que es no poder dormir, por todo, y a la par ser el único pilar que posee la noche para velar y cuidar de tu marido enfermo.

Y lidiar, cada día, con este presente incierto. Con el rostro de unos hijos que dejan comida y medicinas a los lejos en un garaje y no pueden acariciar la enfermedad ni a la cuidadora de ella.

Nadie da las gracias a todos los que sufren desde dentro sin respiro fuera. Y se les suman familiares que han partido sin adiós, nietos a los que ni imaginan cuándo podrán abrazar porque la nueva normalidad no va con sus realidades. Y en su puerta, descargando enseres varios, es un ir y venir de irresponsables, insolidarios y sinvergüenzas que harán que ni ella salga ni él pueda tener la presencia de los suyos.

Hoy me abrían, 5 segundos de reloj, una ventana que daba a la calle para verlo desde lejos y en su cama … Jamás olvidaré su cara y sus ganas, como siempre, de abrazarme. Lo que sí quiero olvidar (y no puedo ...) es a las personas sin mascarilla ni dignidad que "purulaban" por los alrededores.
 
 
 
 
 


Karla Grau Ballester · 11 de Mayo de 2020 - Época de guerra/Covid19

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